Por: Indhira Libertad Rodríguez Mendoza
Siendo el leguaje una de las principales herramientas de visibilización o invisibilización del género, analicemos por un momento el contenido sexista de una frase muy utilizada para insultar en nuestro cotidiano vocabulario: "hij@ de puta". Pregunto ¿por qué ha de ser esto un insulto? y ¿por qué sólo se lo adjudicamos a las mujeres. Es decir, por qué no se escucha: “hij@ de PUTO?. En éstas líneas me aproximaré a algunas respuestas, vía un análisis hecho apoyándome principalmente en: Alexandra Kollontay y Auguste Bebel. Sus aportes al tema se remontan a, poco menos de un siglo. Sin embargo al revisarlos, la actualidad de sus planteamientos es de tal ubicuidad en el contexto de transformación social y la promoción del debate político al cual asistimos en el país que, no he dudado en traerlos a colación.
El tema no ha sido poco tratado a través de la historia, de eso estamos conscientes. Sin embargo, lo que si parece haber sido muy poco frecuente es un enfoque que incluya más que, las visiones religiosas o jurídicas, la de clases sociales y pérspectiva de género. Esto es lo que plantean ambos autores: la prostitución es una práctica que ha sido aupada y servido a los intereses de la clase dominante. Frente a esta afirmación no han de ser poc@s, l@s que frunzan el ceño. Ni menos l@s que la desechen a priori por considerarla sumergida en la ideología marxista. No obstante proseguiré.
La cosa es que, dicha frase es un insulto porque ser "puta" es algo que no está bien visto en nuestra sociedad (y me atrevo a aseverar que no sólo en la de nuestra república, o en el occidente, sino en el planeta entero), al menos en su fachada. La mujer así tildada es: estigmatizada, discriminada, excluida y humillada, como poco por no decir, criminalizada, satanizada, apedreada y asesinada. Aunque, de la prostitución se dice que es el oficio más viejo de la historia, ¿cómo siendo una práctica tan repudiada por la moral y la buenas costumbres se ha, no sólo sostenido en el tiempo sino además, diversificándose y complegizándose su práctica?. Para que una mercancía sea negocio es necesario que exista comprador y sobra quien ha comprado y compre al cuerpo femenino. Sobra quien ha comerciado y comercia con las mujeres sin importar edad, ni origen étnico, ni clase social, ni religión. Hay violencias frente a las que todas somos iguales. Sin profundizar en el hecho de que, en la actualidad el mayor comerciante de nuestros cuerpos es la industria cultural, con la publicidad y los medios masivos de comunicación incluidos, obviamente los mayores compradores siempre han sido del género masculino. Esos mismos hombres decentísimos, abnegados esposos y buenos padres, con solvencia económica suficiente como para darse sus gustos, lo cual no quiere decir que los hombres pobres no vayan a putas sino que, recurren a las mujeres que pueden pagar, es decir a las de las clases oprimidas que por necesidad no encuentran mejor forma de sustento que ésta.
A veces pareciera que en el discurso estas dos palabras tienen connotaciones distintas: putas y prostitución. Entendemos por la segunda, comúnmente, un oficio, censurado por la iglesia, la moral y las leyes pero, por la mayoría justificado como “un mal necesario”. Una actividad productiva que satisface las necesidades de los hombres, mediada casi siempre por el hipersexualismo que la cultura patriarcal impone, siendo la misma moral que no les permite satisfacerla en sus matrimonios: “El Estado cristiano confiesa que el matrimonio es insuficiente y el hombre tiene derecho a exigir la satisfacción ilegítima del instinto sexual”. (Bebel, p. 251). No obstante hemos escuchado frases como “...y qué mujer no es puta con su marido”. Entonces vemos como detrás de puta, prostituta, barragana, meretriz, etc, etc, etc; de lo que se está hablando en si, es de la sexualidad de las mujeres. Sabemos que la represión sexual ha sido un mecanismo de control, altamente utilizado en la historia. Específicamente el origen del control sobre la sexualidad femenina se remonta al neolítico, explican autoras como Victoria Saw, cuando los hombres descubrieron que éramos nosotras los medios de reproducción de la especie humana. Así el control sobre nuestros cuerpos implicó el dominio sobre la descendencia, primero producción para la guerra y luego producción para el capital.
Aclaro que, no estoy desvalorizando, ni menospreciando nuestra función reproductora, la cual por cierto estoy convencida que nos dota de una sensibilidad y una mirada que, a esta violenta y machista sociedad patriarcal bien le caería retomar. Pero que, al sistema sexo-género y específicamente al género normativo le a servido para limitarnos, reprimirnos, oprimirnos, someternos y explotarnos. Principalmente lo que estoy es develando cómo nuestra condición procreadora ha sido usada por los intereses de una clase dominante para sus fines. Ya que cuentan que antes de este momento el sexo no estaba asociado con la procreación sino con el placer. Por ende no existía censura sobre práctica sexual alguna. No existía tabú, ni prejuicio moral, ni criminalización respecto a la homosexualidad, la bisexualidad, las orgías, ni ninguna otra. Pero el hombre usando la fuerza representando al poder sometió a la mujer y marcó el cruel devenir de nuestra cultura. Vemos entonces como luego en Roma queda instaurado el patriarcado con el surgimiento del pater familia, dueño y señor de todos los bienes de la misma incluyendo a l@s hij@s y la mujer.
Es por eso que Alexandra Kollontay en 1917, cuando ya se había consumado la fase de acumulación originaria del capital y acontecido la revolución industrial, no duda en afirmar que la familias es; la guardiana de la propiedad privada: "... en el curso de los numerosos siglos de su existencia, la familia no sólo ha sido la creadora independiente de riquezas, sino también la fiel guardiana de éstas. La casa, el mobiliario, el tesoro familiar, todo eso estaba protegido y conservado piadosamente por la familia” (Kollontay, p. 17). "La propiedad y la familia están demasiado estrechamente ligadas: si uno de esos pilares del mundo burgués se ve estremecido, la solidez del otro se hace incierta" (ídem, p.14). Porque ese modelo de familia monogámico, heterosexual, impuesto por la Iglesia fue usado por la burguesía para garantizar su dominio, en el cual el matrimonio representó poco menos que el cambio del amo para la mujer: del padre al marido. Matrimonio y prostitución no son más que las dos caras de la misma moneda, ambas instituciones están cimentadas, alentadas y sostenidas sobre la base de la hipócrita moral burguesa. "Y donde termina la servidumbre oficial, legalizada, de la mujer, comienza a ejercer sus derechos, como se dice, la 'opinión pública'. Esa opinión pública es creada y manipulada por la burguesía con el fin de proteger la institución sagrada de la propiedad'. Sirve para sancionar una hipócrita 'doble moral' ... La sociedad burguesa ... sólo tiene la bondad de ofrecerle (a la mujer) esta opción: o bien el yugo conyugal, o bien las opresiones de la prostitución, abiertamente despreciada y condenada, pero secretamente alentada y sostenida" (ídem, p. 11).
Cómo podríamos entonces explicar el hecho de que en Europa a partir de la mitad del siglo XIX los Estados de Francia, Alemania e Inglaterra principalmente, comenzaran a legislar el ejercicio de la prostitución: “La religión y la moral imperantes condenan la prostitución, las leyes castigan su fomento y, sin embargo, el Estado la tolera y protege” (Bebel, p.251). La cual con harto estadísticas en el caso de Bebel y anécdotas y ejemplos muy explícitos desde Kollontay nos demuestran como, dicha legislación criminaliza esa práctica en el caso de las clases proletarias pero, la anima en las clases más pudientes: “No está sometida al control –dice el Dr. Blachko- casi toda la prostitución elegante lo que se llama las damas del mediomundo ... La masa sometida a la vigilancia casi en todas partes está formada por las más desdichadas y las más desheredadas ...”. (Kollontay, p. 39). Ahora es que falta por decir, explicar profundizar y debatir pero, no quisiera concluir sin antes dejar claro mi convicción de la urgencia de que en el socialismo que estamos construyendo se promueva, garantice, depure y comprenda el: LIBRE EJERCICIO DE LA SEXUALIDAD FEMENINA e incluso de la masculina, deslastrado de la hipersexualidad patriarcal.
Siendo el leguaje una de las principales herramientas de visibilización o invisibilización del género, analicemos por un momento el contenido sexista de una frase muy utilizada para insultar en nuestro cotidiano vocabulario: "hij@ de puta". Pregunto ¿por qué ha de ser esto un insulto? y ¿por qué sólo se lo adjudicamos a las mujeres. Es decir, por qué no se escucha: “hij@ de PUTO?. En éstas líneas me aproximaré a algunas respuestas, vía un análisis hecho apoyándome principalmente en: Alexandra Kollontay y Auguste Bebel. Sus aportes al tema se remontan a, poco menos de un siglo. Sin embargo al revisarlos, la actualidad de sus planteamientos es de tal ubicuidad en el contexto de transformación social y la promoción del debate político al cual asistimos en el país que, no he dudado en traerlos a colación.
El tema no ha sido poco tratado a través de la historia, de eso estamos conscientes. Sin embargo, lo que si parece haber sido muy poco frecuente es un enfoque que incluya más que, las visiones religiosas o jurídicas, la de clases sociales y pérspectiva de género. Esto es lo que plantean ambos autores: la prostitución es una práctica que ha sido aupada y servido a los intereses de la clase dominante. Frente a esta afirmación no han de ser poc@s, l@s que frunzan el ceño. Ni menos l@s que la desechen a priori por considerarla sumergida en la ideología marxista. No obstante proseguiré.
La cosa es que, dicha frase es un insulto porque ser "puta" es algo que no está bien visto en nuestra sociedad (y me atrevo a aseverar que no sólo en la de nuestra república, o en el occidente, sino en el planeta entero), al menos en su fachada. La mujer así tildada es: estigmatizada, discriminada, excluida y humillada, como poco por no decir, criminalizada, satanizada, apedreada y asesinada. Aunque, de la prostitución se dice que es el oficio más viejo de la historia, ¿cómo siendo una práctica tan repudiada por la moral y la buenas costumbres se ha, no sólo sostenido en el tiempo sino además, diversificándose y complegizándose su práctica?. Para que una mercancía sea negocio es necesario que exista comprador y sobra quien ha comprado y compre al cuerpo femenino. Sobra quien ha comerciado y comercia con las mujeres sin importar edad, ni origen étnico, ni clase social, ni religión. Hay violencias frente a las que todas somos iguales. Sin profundizar en el hecho de que, en la actualidad el mayor comerciante de nuestros cuerpos es la industria cultural, con la publicidad y los medios masivos de comunicación incluidos, obviamente los mayores compradores siempre han sido del género masculino. Esos mismos hombres decentísimos, abnegados esposos y buenos padres, con solvencia económica suficiente como para darse sus gustos, lo cual no quiere decir que los hombres pobres no vayan a putas sino que, recurren a las mujeres que pueden pagar, es decir a las de las clases oprimidas que por necesidad no encuentran mejor forma de sustento que ésta.
A veces pareciera que en el discurso estas dos palabras tienen connotaciones distintas: putas y prostitución. Entendemos por la segunda, comúnmente, un oficio, censurado por la iglesia, la moral y las leyes pero, por la mayoría justificado como “un mal necesario”. Una actividad productiva que satisface las necesidades de los hombres, mediada casi siempre por el hipersexualismo que la cultura patriarcal impone, siendo la misma moral que no les permite satisfacerla en sus matrimonios: “El Estado cristiano confiesa que el matrimonio es insuficiente y el hombre tiene derecho a exigir la satisfacción ilegítima del instinto sexual”. (Bebel, p. 251). No obstante hemos escuchado frases como “...y qué mujer no es puta con su marido”. Entonces vemos como detrás de puta, prostituta, barragana, meretriz, etc, etc, etc; de lo que se está hablando en si, es de la sexualidad de las mujeres. Sabemos que la represión sexual ha sido un mecanismo de control, altamente utilizado en la historia. Específicamente el origen del control sobre la sexualidad femenina se remonta al neolítico, explican autoras como Victoria Saw, cuando los hombres descubrieron que éramos nosotras los medios de reproducción de la especie humana. Así el control sobre nuestros cuerpos implicó el dominio sobre la descendencia, primero producción para la guerra y luego producción para el capital.
Aclaro que, no estoy desvalorizando, ni menospreciando nuestra función reproductora, la cual por cierto estoy convencida que nos dota de una sensibilidad y una mirada que, a esta violenta y machista sociedad patriarcal bien le caería retomar. Pero que, al sistema sexo-género y específicamente al género normativo le a servido para limitarnos, reprimirnos, oprimirnos, someternos y explotarnos. Principalmente lo que estoy es develando cómo nuestra condición procreadora ha sido usada por los intereses de una clase dominante para sus fines. Ya que cuentan que antes de este momento el sexo no estaba asociado con la procreación sino con el placer. Por ende no existía censura sobre práctica sexual alguna. No existía tabú, ni prejuicio moral, ni criminalización respecto a la homosexualidad, la bisexualidad, las orgías, ni ninguna otra. Pero el hombre usando la fuerza representando al poder sometió a la mujer y marcó el cruel devenir de nuestra cultura. Vemos entonces como luego en Roma queda instaurado el patriarcado con el surgimiento del pater familia, dueño y señor de todos los bienes de la misma incluyendo a l@s hij@s y la mujer.
Es por eso que Alexandra Kollontay en 1917, cuando ya se había consumado la fase de acumulación originaria del capital y acontecido la revolución industrial, no duda en afirmar que la familias es; la guardiana de la propiedad privada: "... en el curso de los numerosos siglos de su existencia, la familia no sólo ha sido la creadora independiente de riquezas, sino también la fiel guardiana de éstas. La casa, el mobiliario, el tesoro familiar, todo eso estaba protegido y conservado piadosamente por la familia” (Kollontay, p. 17). "La propiedad y la familia están demasiado estrechamente ligadas: si uno de esos pilares del mundo burgués se ve estremecido, la solidez del otro se hace incierta" (ídem, p.14). Porque ese modelo de familia monogámico, heterosexual, impuesto por la Iglesia fue usado por la burguesía para garantizar su dominio, en el cual el matrimonio representó poco menos que el cambio del amo para la mujer: del padre al marido. Matrimonio y prostitución no son más que las dos caras de la misma moneda, ambas instituciones están cimentadas, alentadas y sostenidas sobre la base de la hipócrita moral burguesa. "Y donde termina la servidumbre oficial, legalizada, de la mujer, comienza a ejercer sus derechos, como se dice, la 'opinión pública'. Esa opinión pública es creada y manipulada por la burguesía con el fin de proteger la institución sagrada de la propiedad'. Sirve para sancionar una hipócrita 'doble moral' ... La sociedad burguesa ... sólo tiene la bondad de ofrecerle (a la mujer) esta opción: o bien el yugo conyugal, o bien las opresiones de la prostitución, abiertamente despreciada y condenada, pero secretamente alentada y sostenida" (ídem, p. 11).
Cómo podríamos entonces explicar el hecho de que en Europa a partir de la mitad del siglo XIX los Estados de Francia, Alemania e Inglaterra principalmente, comenzaran a legislar el ejercicio de la prostitución: “La religión y la moral imperantes condenan la prostitución, las leyes castigan su fomento y, sin embargo, el Estado la tolera y protege” (Bebel, p.251). La cual con harto estadísticas en el caso de Bebel y anécdotas y ejemplos muy explícitos desde Kollontay nos demuestran como, dicha legislación criminaliza esa práctica en el caso de las clases proletarias pero, la anima en las clases más pudientes: “No está sometida al control –dice el Dr. Blachko- casi toda la prostitución elegante lo que se llama las damas del mediomundo ... La masa sometida a la vigilancia casi en todas partes está formada por las más desdichadas y las más desheredadas ...”. (Kollontay, p. 39). Ahora es que falta por decir, explicar profundizar y debatir pero, no quisiera concluir sin antes dejar claro mi convicción de la urgencia de que en el socialismo que estamos construyendo se promueva, garantice, depure y comprenda el: LIBRE EJERCICIO DE LA SEXUALIDAD FEMENINA e incluso de la masculina, deslastrado de la hipersexualidad patriarcal.
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