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lunes, 23 de julio de 2012

El capitalismo patriarcal nuestro principal agresor

Por: Susana Gómez Ruiz
El capitalismo presenta el tema de la violencia contra la mujer como un problema técnico, como algo que se puede solucionar con un tratamiento adecuado de estadísticas, con una buena gestión de las denuncias y con un programa asistencial que ayude a las mujeres a «rehacer su vida». A través de las ONGs y de los informes de organismos internacionales, el capitalismo pretende desviar las causas del problema y lavarse las manos. Nosotras, como mujeres socialistas y por tanto feministas, o viceversa, tenemos un reto fundamental que es comprender y explicar al resto de mujeres que la violencia patriarcal es uno de los fundamentos del sistema capitalista patriarcal. Que sin acabar con el sistema capitalista patriarcal, no vamos a poder acabar con la violencia contra la mujer, porque ésta no es una consecuencia indeseable del sistema capitalista, sino una necesidad vital para él.
La explotación de la mujer es absolutamente necesaria para la pervivencia del capitalismo y como cualquier otro tipo de explotación no se puede imponer, ni mantener sin violencia. La doble explotación capitalista sobre la mujer se manifiesta en salarios más bajos, puestos inferiores, precariedad, sumisión laboral y fundamentalmente a través de la apropiación gratuita del trabajo doméstico. Pero, así como la explotación de los obreros, de las obreras y del campesinado, implican estructuras represivas que ejercen la violencia directa e indirecta contra las clases explotadas; así también la doble explotación de las mujeres está asentada sobre estructuras represivas adicionales que reprimen, violentan y coaccionan a las mujeres desde niñas.
Estas formas represivas están presentes en todo el sistema social, pero se manifiestan con especial fuerza en algunas instituciones socioeconómicas como el sistema educativo, el sistema laboral, los medios de comunicación y fundamentalmente la familia.
Más del 90% de la violencia contra la mujer se produce dentro de la familia, pero el capitalismo sigue defendiendo a capa y espada la forma burguesa patriarcal de familia como unidad ideal de organización social. Una unidad donde se reproduce el individualismo, la competencia, el autoritarismo, la división jerárquica de tareas, la sumisión, el silencio, el miedo… Una unidad en la que perviven características de formas económicas anteriores como la servidumbre y la esclavitud, que el capitalismo ha sabido adaptar muy bien a sus necesidades actuales. Esta unidad es además el fundamento esencial de la propiedad privada y por tanto es incuestionable e inviolable para el capitalismo.
El socialismo, por tanto, nos presenta el reto de revolucionar todas estas estructuras, para eliminar de ellas las características que el capitalismo les ha asignado para reproducir la explotación y la dominación. Algunos pasos que contribuyen a estos cambios son: La socialización de la propiedad y la gestión de los medios de producción, el paso hacia formas de organizar la sociedad cada vez más colectivas y comunitarias, una educación socialista orientada a la satisfacción de las necesidades colectivas, la socialización del trabajo doméstico y la generalización de los medios de consumo colectivos.

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