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lunes, 23 de julio de 2012

¿Tenemos las mujeres menos necesidades sexuales que los hombres?

Por: Susana Gómez
Históricamente, el sistema patriarcal ha necesitado mantener a las mujeres bajo su dominación para poder hacer uso a su antojo de su capacidad reproductiva, que equivale a decir, su capacidad de reproducir la fuerza de trabajo. Para ello, necesitaba negar a las mujeres la autonomía sobre su cuerpo y su sexualidad, lo que implicaba equiparar la sexualidad femenina con la procreación y consecuentemente, restringirla a la penetración vaginal, dejando de lado las diversas formas de experimentar la sexualidad. De esta forma, se nos impuso un esquema de sexualidad que funciona aún hoy, como uno de los ejes centrales para institucionalizar y «naturalizar» las relaciones de posesión y subordinación.
Aunque a veces se dice, que las religiones y las culturas antiguas identificaban la sexualidad en abstracto con la procreación o con el matrimonio, parece que era fundamentalmente la sexualidad femenina la que sufría esta condena, pues era la que se ligaba irremediable y exclusivamente con la procreación y el coito.
A fuerza de siglos de religión, represión, hogueras, cazas de brujas y obligaciones maritales, el resto de las manifestaciones de la sexualidad femenina habían acabado por «no existir». Ni siquiera se las consideraba pecado, porque lo que no existe no se puede nombrar y si se nombra, así sea para condenarlo, puede conducir a la curiosidad, que según la religión era la puerta del infierno. De esta forma, hasta hace relativamente poco tiempo, el clítoris no aparecía en los manuales de anatomía médica y cuando empezó a hacerlo, se relacionó con trastornos patológicos y con supuestas formas inmaduras de vivir la sexualidad. Sobra decir que la masturbación era considerada sólo cosa de hombres, el sexo oral, práctica exclusiva de la mujer hacia el hombre y el lesbianismo, algo absolutamente innombrable.
Así pues, con el clítoris mutilado cultural y socialmente, la mujer experimentó una frustración casi total de su deseo sexual y de sus posibilidades de experimentar placer. Todo esto nos condujo históricamente a desempeñar y aceptar un papel sexual pasivo, ajeno y sujeto a la reproducción.
Consecuentemente, si para las mujeres la sexualidad no era más que penetración y la penetración no conseguía llevarnos al orgasmo a la mayor parte de nosotras, era lógico que se asumiera el sexo como una carga más, de las muchas que supone la esclavitud del matrimonio. De ahí, a pensar que sólo el hombre tenía necesidades sexuales, tan sólo hay un paso. El que disfruta, es el que tiene el deseo de repetir el acto que le proporciona placer, pero si la mujer «no se satisface», ¿qué deseo tendría de repetirlo?
Esta descripción parece hacer referencia a la Edad Media. Por desgracia no es así, aún hay una gran parte importante de las mujeres que viven su sexualidad mutilada y llena de restricciones y miedos. Lo más preocupante es que un alto porcentaje de estas mujeres son jóvenes y adolescentes.
Es, por tanto, urgente que nos reconozcamos mujeres con plena capacidad de obtener y dar placer y, consecuentemente, con tantas o más necesidades sexuales que los hombres. Para ello debemos defender y practicar el amplio abanico que ofrece nuestra sexualidad que incluye la masturbación, las caricias, los besos, los masajes, la exploración, el sexo oral y otras. También debemos defender el derecho a optar libremente por disfrutar nuestra sexualidad con hombres o con mujeres. Por último, creo que debemos comprender el coito vaginal como una opción más, de las muchas que nos ofrece nuestra sexualidad y que, dicho sea de paso, resultará bastante más placentera si la acompañamos de la estimulación del clítoris.

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