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lunes, 2 de julio de 2012

POR UNA EDUCACIÓN SOCIALISTA QUE ELIMINE EL PATRIARCADO

Por: Susana Gómez Ruiz

Una educación socialista debe luchar contra todas las formas en las que se manifiestan las relaciones de opresión. Y sin duda, una relación de dominación que se manifiesta a través de formas indiscutibles de violencia, es la relación patriarcal, la relación de opresión hacia la mujer. Sin embargo, a pesar de ser esta relación de poder tan constante, tan difundida y tan agresiva, hasta ahora no ha tenido demasiada relevancia en la agenda de lucha del sector educativo.

Esto llama la atención, ya que la mayoría del personal del sistema educativo son mujeres que han sufrido y continúan sufriendo en  carne propia relaciones de dominación y opresión específicas por ser mujeres. Y digo en carne propia, porque la opresión contra la mujer se ha justificado tradicionalmente por las diferencias corporales que tenemos los hombres y las mujeres y se ha materializado entre otras cosas en el uso de la violencia, del desprecio y el abuso hacia el cuerpo de la mujer...

Este sistema de dominación, que llamamos sistema patriarcal, comenzó hace miles de años, cuando, dadas las condiciones productivas, el poder no se manifestaba en el control de la tierra que era comunal, ni en el control de los otros medios de producción que eran instrumentos muy simples y rudimentarios, sino en el control de la fuerza de trabajo. En este sentido, el que una tribu o una comunidad tuvieran muchas mujeres implicaba no sólo el acceso a su trabajo, sino también a sus capacidades reproductivas, es decir, a sus hijos e hijas como fuerza de trabajo. La perpetuidad de la comunidad dependía, entonces, de la consagración de la mujer a la esfera reproductiva y esa consagración no se podía dejar a la libre decisión de la mujer. Se tenía que crear el sistema de ideas, la ideología que atara a la mujer a la esfera reproductiva y anulara su capacidad de decisión sobre su cuerpo y sobre su vida y esa primera construcción ideológica se llevó a cabo a través de las religiones.

Es interesante destacar, que muchas veces las guerras entre tribus se originaban por el rapto o robo  de mujeres. Una comunidad sin mujeres desaparecía, así que si por alguna hambruna, por algún desastre natural o por alguna epidemia se veía mermado el número de mujeres, la comunidad las conseguía por donde pudiera. Esto hizo por una parte que los hombres fueran teniendo la exclusividad del uso de la fuerza, fueran especializándose en las tareas de la guerra y que las mujeres fueran convirtiéndose en el botín de esas guerras.

A la mujer, en la mayoría de los casos, no se le permitía ser soldado porque su cuerpo era demasiado valioso para la continuidad de la tribu. De esa forma, el cuerpo de la mujer se convirtió en algo a custodiar, a defender. Pero, como ella no lo puede defender sin ponerlo en una situación de vulnerabilidad, lo defiende el hombre, que poco a poco ha ido quedándose con la propiedad exclusiva de las armas y con la legitimidad de usarlas, tanto para defender a las mujeres de su tribu, como para conseguir mujeres de otras tribus. Esta situación fue reforzando la idea de que la mujer y fundamentalmente su cuerpo eran propiedad del «otro», del que lo defiende o se apropia de él, del que tiene las armas, del «hombre». Es, por tanto, a través de un determinado tipo de relaciones sociales que el hombre se fue convirtiendo en el contrario de la mujer, en su «dueño».

Sin embargo, para que este sistema de dominación no se cuestionara ( y debemos recordar que es el sistema de dominación más antiguo de la humanidad y que aún pervive) se tenía que disfrazar como algo «natural» .Las religiones son la primera construcción de ideas que no sólo justifica la dominación del hombre sobre la mujer, sino que la disfraza como algo «natural» y de esa forma institucionaliza el consentimiento de la mujer frente a su dominación. El cuerpo de la mujer y su decisión de procrear dejan de ser suyos y pasan a pertenecerle a un «ser superior», a «un dios» que es la forma que en ese momento encuentra el sistema patriarcal de materializar y perpetuar su dominación, pero además convierte a la mujer en la pieza clave de la reproducción de su propia opresión a través de la familia y de la educación. A través de la historia, las religiones no sólo han colocado las cadenas en el cuello de las mujeres, sino que nos han educado para ser nosotras mismas las que traslademos nuestras cadenas al cuello de nuestras hijas. Esto lo han hechos muchas generaciones de mujeres sin ser conscientes de ello,  ¿pero estamos dispuestas nosotras a seguir condenando a la sumisión a las próximas generaciones de mujeres?

Un rotundo ¡No! debe salir de todas las mujeres socialistas. Un ¡No! que nos lleve a examinar y reflexionar sobre cómo se dan y reproducen las relaciones opresión a lo interno y externo de la escuela y de la familia. Un ¡No! que nos ayude a revolucionar estas estructuras que hace miles de años se idearon para la reproducción de la cultura de dominación y para el mantenimiento del sistema capitalista patriarcal.

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